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La columna de Ramón
CARTA A DOMINGO DEL MONTE
RAMóN FERNáNDEZ LARREA
Barcelona
Esbéltido y cerebrístico mecenas Domingo del Monte Aponte:
Tras mucho cavilar capilar —casi de modo cebáceo, con champú y loción— meditar, hurgar, imbuir, escarbar, agujerear e investigar, deseché la peregrina idea de haber conocido a un descendiente suyo en la televisión cubana del siglo XX. Decididamente Pelusín del Monte no tenía nada que ver con usted. Al terminar ese engurruñamiento de mondongo, a piñón
fijo, donde las células grises "se agolpan unas a otras y por eso no se matan", me hice el firme propósito de no abusar demasiado de tales ejercicios, que suben abruptamente el cebresterol, y que han dejado a más de uno con la boca sacando la mano por la ventanilla para doblar a la izquierda y ciertos músculos en amarga impostura. Evito el terepe y canto, con júbilo de jubo, ese himno que inunda las sociedades modernas y que es reafirmación del gran animal interior: "Yo no cavilo más, cosa buena, yo no cavilo más". Más calmado ahora, tras vomitar leve y elegantemente por la lectura de un engendro que diz poesía de un espía preso, que en leyendo el peoma sospecho que su condena ha sido literaria y literal, me siento con fuerzas armadas para zumbarle todas mis modestas y enhiestas opiniones. Pues le decía, antes de caer abruptamente en el exabrupto de noble brupto, que ya andaba más tranquilo, y que en esa tranca quieta, controlando las palpitaciones que me recorrían en furioso tropel, me tropel con su figura omnisciente y le confieso que se me armó tamaño tropelaje (Me preocupa la palabreja "omnisciente", ¿no será uno de esos locos que sienten los omnis, los platillos voladores repletos de martianos y que han sido abducidos?). Bach, mejor sigo.
Como vivo en neblinoso venablo (el venablo no es aquel mamífero veloz, sino el palo afilado que lo atraviesa cuando se le atrabanca el cigüeñal), y en mi ardiente paranoia creo ver declinaciones que dejarían tieso a Sherlock Holmes, ya decanto —y también de frente, por qué no— que el espléndido grito tribal del Benny Moré, en que se maracaibeaba con maracas, alentando generosamente a Generoso el Tojo, y a quien quisiera, a bailar y a gozar con la consigna "mi son, Maracaibo, pa' que tú lo bailes", tampoco era alusión a usted, que siendo ya del monte había nacido en aquella tierra petrolera y bolivariana, allá en 1804, un año lindo y redondo para estar lejos de Europa, y si se podía, también de América Continental. No sé qué pensaron sus padres, aquel otro señor del Monte y su mamá Aponte para las cosas, que le dejaron una raya rauda a la hermosa Venezuela de sus zapatos, y aparecieron, isleños e islamios en la Isla seis años más tarde, con usted a bordo del borde, en 1810, por si a alguno no le han enseñado a sumar en las operaciones Robinsones.
Si nos atenemos —palabra escultural que nada tiene que ver con ateneo, que suena a nombre de guajiro, y muchas veces lo es— a la educación de ese siglo XIX, que casi inauguró usted arrullado por el llanero sonido de las arepas y el crujiente aroma de las arpas, trocado todo más tarde por la música celestial del tasajo y el fiero olor de la rumba de cajón, todo transcurría entonces a velocidad de agente en Harley-Davison. Lo veo arribando a puerto en el diez, y ya en el dieciséis —sin cogerse un diez— andaba por los pasillos del seminario San Carlos, para estar en la Universidad ya en el diecinueve. Dicen los datos que allí conoció a Pepe Mari, nuestro Heredia desherediado, con el que comenzó a cultivar una gran amistad. Pero me da el pálpito que fue con mal abono, porque, según testículos oculares y menos ósculos, se la dejó en la mano un burujón puñado de las más de las veces, y luego, cuando el poeta deambulaba escacharrado y charro, pasando más hambre que una lombriz solitaria en intestino de monje, lo negó una y otra hez, así, subversivamente sucesivo. Apunto, Aponte del Monte, que un muy amigo mío le deja muy mal parado —e incluso sentado— en una obra órbita con la vida del desterrado destarrado. Y cuenta cada cosa...! Como para que el domingo se le ponga montés, hecho un miércoles!
Pronto se hizo abogado bastante aboyado, flotando sin abogarse en las quietas aguas del bufete de Nicolás María de Escobedo, fiel al dicho aquel de que "escobedo nuevo barre bien", y gracias a su ayuda se montó un fastuoso fasten por la parte descubierta del mundo, es decir, lo que a esa altura valía la pena, como Europa y otros países similares y luego a los Estados Juntos, antes de que le cayera la morralla, la emigración, las mafias y el congrí con tamales. No me extraña que, al ver la ayuda económica de sus amigos, se becara a la vuelta en la Sociedad Económica de Amigos del País. El viaje le sirvió para conocer personalidades extranjeras de las letras y la política, lo que le vino de perillas para su obra mayor, que son esas cartas reunidas más tarde por otro domingo con cara de viernes. Usted veía a alguien que le pareciera personalidad y extranjero, y se le partían las patas para arrimarse y pedirle la dirección. Era usted cívico y misívico. No entiendo cómo le dejó la fundación del correo cubano a otro.
Pero antes —lo que me da otro aponte de su personalidad múltiple y contradictoria, como si fuese usted demasiados domingos juntos— se fue pa'l monte verídico y no precisamente a buscar guayabas. Anoto la nota y ojo al dato: en 1823, aún estudiando derecho —y en ocasiones encorvado— ocupó por breve tiempo el cargo de secretario del Juzgado de Guane, en Pinar del Río (¿Había Trespatines en la zona en aquel tiempo? ¿Decía usted aquello de: "El Tremendo Juez de la Tremenda Corte va a celebrar un Tremendo Caaaaaaso"? No lo imagino en ese rol que no es rolls royce). ¿Ve, ya ve, oh Yahvé? Esos desplantes confusos marcarían su vida para toda la ídem. Estaba en un lado y en otro, casi a la misma vez, cuando todavía Edison no había jugado a electrocutar a nadie y la idea de las fotocopiadoras era un sueño lejano, un canon indescifrable. Estaba en misa y en procesión y de ñapa vendía el incienso —como uno que conozco de cerca peerles, y que no es domingo, sino miércoles, de atravesado y cargante—. Porque, para rematar su estancia en los remates de Guane, seguía colaborando con El americano libre, El Revisor Político y Literario y El Observador Habanero, entre las múltiples publicaciones periódicas de aquella época dorada, que, según gente de avanzada edad, eran ligeramente más interesantes que Verde Olivo y Trabajadores.
En su ricu currículu de rucurrucu se dice que regresó a Cuba a mediados de 1829. ¡Regresó! Eso se usaba muchísimo en su siglo. Uno salía, miraba mundo, le entraba a la modernidad, se untaba de ilustración, cargaba las valijas de tarecos en ese deporte universal —pero muy cubanizado— que es la práctica de la vieja paco, y en llenando los morrales de tilla —"cunita de niño y cama de mayores"— se introducía nuevamente en las fronteras patrias, se archipieligaba para que Zequeira volviese a hacer batidos poéticos de cuanta fruta aparecía en la estantería y en el paisaje. A su vuelta —cargado de direcciones de personalidades extranjeras, que le garantizaban como una década de papiros gráficos y correspondencia— fundó, junto a un tal Jesús Villariño uno de los primeros antecedentes de revistas tontuelas estilo Romances, para amas de casa, marujas de toda laya, y cuquitas mecanógrafas: La Moda; o Recreo semanal del bello sexo, que no era, a pesar de ese segundo nombre, una guía completa para que los hombres recorrieran los prostíbulos de la capital, con el sano propósito de ahondar en la sicología femenina y, de paso, conocer el terreno anatómico de Ana. No satisfecho con la publicación, al año siguiente se acercó más a lo que siempre le interesó, y sumergióse de a lleno en el mundo de la creación, que también estaba de moda. Así nació El Puntero Literario, publicada en la sana, académica y muy moral compañía de dos señores muy respetables: Bachiller y Morales.
Quiero, antes de aterrizar encima de aquellas Tertulias por las que ha pasado usted a la historia archipieligal, hacer notar aquí otro detalle notorio de su capacidad de apuntarse a cualquier safari, excursión, movimiento, homenaje, escándalo, grupo de baile o danza moderna, serenata, club, escuadra, guateque, cumbancha, congaquépasomáschévere, juego de tacos o congreso que apareciera en ciudad o campiña. Cito textilmente de desmemoria: "El censo de población realizado en 1827 había aportado el alarmante dato de que el 56% de la población de la Isla era negra o mulata. Todo esto iba enfrentando a ese sector de la burguesía cubana —entre cuyos voceros estaban Domingo del Monte y José Antonio Saco— a los poderosos intereses de los negreros y de los propios gobernantes coloniales...". Como ese sector —¿vector?— había cambiado ligeramente su manera de pensar con respecto a la esclavitud, fundamentalmente porque viajaban, se untaban de mundo mundial y apostaban decididamente por la máquina de vapor, la vieja y rentable onda de importar carabalíes, congos, dahomeyanos y el resto de músicos tribales, ya le caía mal a usted y a otros. Y lo comprendo, cará, y son conclusiones que Saco del Monte, no es lo mismo hacerse un café directamente en el aparato que echa vaporcito y cuela de lo más rápido e higiénico, que mandar a Ña Tomasa a hacer una colada, porque:
- En el camino a la cocina, Ña Tomasa se pone a comer de lo que pica el pollo, chismeando con José Dolores y Ña Cacha.
- Atiende el parto de Doña Concepción Isabel de Albarejo y Villuendas Villaurrutia.
- Manda a Chipojo a cortar leña para preparar el anafe.
- La preña el calesero en un descuido muy grato.
- Echa aguardiente en los rincones, con lo que al agua de la infusión agarra regusto a orisha en la confusión.
- Le cae ceniza de la breva al hervor.
- Atiende una llamada telefónica de Doña Carmen Rojas de Larramendi, que se interesa por la salud de Doña Concepción Isabel después del parto.
- Prepara el tasajo, que le agrega al mejunje un aire equino y su relincho bobo.
- Bota a los perros de la cocina.
- Le echa maíz a los pollos cualquiera parte un yoyo.
- Vuelve a ser fecundada, esta vez por el mayoral.
- Le da la teta al vástago de Doña Concepción Isabel de Albarejo y Villuendas Villaurrutia, que nació criollo, tímido y desnutrido.
Con lo cual el café que pidió, llega como a las dos horas, tibio y le sabe a mierda, a hierba de Guinea y a agua de cepo.
No me sorprende que las cifras del censo de 1827 le hayan puesto los nervios de raíles y los raíles de punta a su gente. El guaguancó venía que cepillaba bajito, y Cuba pintaba para postal jamaicana. Será por eso que usted piróse un tiempo, para ver si la cosa se aclaraba.
Cuando le cerraron el timbiriche cultural que inventó, con el nombre de Academia Cubana de Literatura, se hizo cuentapropista, y arremetió con renovada energía para aquella especie de ONG en su gabinete que fueron las famosísimas Tertulias, donde, como amo, señor, anfitrión, administrador y gerente del negocio, y según dice un libraco de ocho libras que acaba de herniar mi sensibilidad: "Como es conocido, todavía en la década del treinta predominaba el normativismo neoclásico de un Domingo del Monte, el cual coadyuvó a atenuar la expresión romántica". Así estuvo usted coadyuvando y atenuando delirios románticos desde 1834, y en el ínterin alentaba y alimentaba el espíritu y el estómago de gente escribidora, de esos tan sospechosos. En sus salones tertulianos, bajo su experta batuta de maestro de cereboinas, descubrió y presentó talentos nacionales como José Jacinto Milanés, que era feo como carajo, pero escribía muy bien cuando pasaba días sin mirarse al espejo; también a Cirilo Villaverde, nuestro Cirilo —inventor de la mulata de exportación—, Ramón de Palma y aquel plácido poeta —levemente cabezón— llamado Gabriel de la Concepción Valdés y Domínguez, familiarmente llamado —para abreviar la descarga— Plácido, por lúcido y métrico de la familia. Y hasta rescató del barracón, lustró y se encargó de larga manumisión a aquel poeta esclavo, poco recordado hoy, llamado en su vida insular Juan Francisco Manzano, en un momento en que hacer algo así con la esclavitud era pedirle peras al olmo. El olmo no estaba para pastelitos, por mucho que fueran de manzano.
Y aquí me doy cuenta de que he bateado jonrón, y mi bola ha picado y se ha extendido. Tal vez obcecado —que es de la misma familia que John Secada— por su difusa figura —la suya, que a John lo veo en cualquier revista— me he entertuliado y aún no he llegado al trago fuerte. Me quedé en el té, y de jazmín, que es como pedirme ¡quédeté, quédete! Y yo hago mucho caso omiso a la voz de mi conciencia. Así que usted se me sienta, o se va a coger un diez a Matanzas, bella ciudad fundada en 1693 con los nombretes de San Carlos y San Severino de Matanzas, y allí me espera siete días hábiles y débiles. Puede ponerse a escribir cartas a personalidades de afuera, pero excluya de esa movida al embajador inglés Turnbull, que ya una vez se le pasmó el muñeco y tuvo que bailar un vals en balsa.
Ser amiguito de cualquier cónsul, procónsul o extranjero de Consulado, le enyerba las patas a cualquiera y se le amarga el domingo. Que no todo del Monte es orégano. Le contaré mi proyecto en la próxima cartuja. Embátese mi chocolátese, que la semana próxima nos vemos.
Quedo hasta entonces
Ramón del Mar
(C) Encuentro. Madrid.