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cubaencuentro.com / Jueves, 11 de septiembre de 2003
AISLACIONISMO Y AMENAZA NUCLEAR
La reticencia norteamericana a trabajar en proyectos y pactos de colaboración internacional tiene en permanente jaque la seguridad nuclear del planeta.
por
ALEJANDRO ARMENGOL,
Miami
Pese las contundentes declaraciones que aparecen con frecuencia en la prensa, el gobierno del presidente George W. Bush no está haciendo lo suficiente para impedir que los elementos químicos imprescindibles para construir un arma de destrucción masiva caigan en manos terroristas. Hay materiales nucleares almacenados en zonas dispersas que no cuentan con una protección mínima. Están regados por el mundo sin que exista un control estricto sobre los mismos, y sin que se sepa con certidumbre el grado de seguridad con que se conservan.
Se estima que hay uranio enriquecido en 350 locaciones, ubicadas en cincuenta países. En algunas, la cantidad acumulada es muy pequeña. Pero en otras hay lo suficiente para hacer una o más bombas. Varias de estas zonas incluyen reactores de investigación que utilizan uranio enriquecido. Los reactores fueron provistos a los países por Estados Unidos y la extinta Unión Soviética en la época de la guerra fría.
Sin embargo, ese uranio enriquecido podría ser empleado ahora en la fabricación de armas atómicas, y se han modificado los vínculos norteamericanos y rusos con las naciones donde se hallan las instalaciones, o ya no existen los regímenes a los cuales se hizo entrega de equipos y componentes tan peligrosos. Los lugares más conocidos se encuentran en los territorios de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pero no son los únicos. También hay en los países que formaban la Europa del Este, en el Medio Oriente y en África.
Si algunos de estos materiales no han caído aún en poder de los grupos terroristas se debe a un conjunto de circunstancias, en donde factores tan disímiles como la casualidad —quizá es mejor hablar de buena suerte— y la dedicación de varios agentes y departamentos de seguridad han jugado un papel preponderante. Pero no es gracias a que se han establecido los procedimientos, las leyes y medidas adecuados para evitarlo. La historia de los esfuerzos para evitar una catástrofe de tal naturaleza permanece encerrada en el más absoluto secreto. La incompetencia y la falta de coordinación para establecer una serie de normas que hagan que la seguridad mundial no sea un hecho fortuito está suficientemente documentada.
Lo lógico es pensar que no se han escatimado esfuerzos para controlar los depósitos de plutonio y uranio enriquecido —imprescindibles en la fabricación de bombas nucleares— diseminados por el mundo. Sobre todo a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La lógica no se corresponde con la realidad. Se ha avanzado algo, pero no lo suficiente.
Lo malo es que, en ocasiones, la administración norteamericana tiene atadas las manos para actuar de forma rápida y simple. Lo peor es que, en otras, su propia ideología le impide hacerlo. Más desalentador todavía resulta que tanto republicanos como demócratas están aferrados a sus puntos de vista disímiles sobre el problema. Peligroso en extremo es que parece posible que no se llegue a un acuerdo en un futuro cercano.
Hubo un caso donde la colaboración internacional sirvió para librar al mundo de un grave peligro nuclear, pero este ejemplo ilustra más lo mucho que aún falta por hacer, que los resultados alcanzados. La amenaza se mantuvo por años, sin que se destacara lo suficiente en la prensa internacional y sin que preocupara en exceso a los gobernantes del país más poderoso del planeta y a los mandatarios de otros estados. Antes de solucionarse, la situación enfrentó los obstáculos más disímiles y por diez años el peligro se mantuvo latente sin que se llegara a un acuerdo para poner fin a la amenaza.
Ocurrió la noche del 22 de agosto de 2002. En una operación combinada —donde participaron varios helicópteros, 1.200 soldados serbios completamente equipados, numerosos francotiradores, una considerable fuerza policial que bloqueó decenas de calles y carreteras, tres camiones (dos usados para engañar a los posibles secuestradores) y diversos observadores internacionales—Estados Unidos logró el traslado, de Serbia a Rusia, de unas cien libras de uranio enriquecido.
Por más de una década el uranio permaneció en el Instituto Vinca de Ciencias Nucleares de Belgrado. El material se encontraba en contenedores que hacían fácil su transporte. Durante ese tiempo estuvo protegido apenas por una alambrada y unos pocos guardias mal adiestrados y peor equipados, que tenían sólo armas cortas. La instalación se encontraba en tal grado de deterioro, que los participantes en la misión encontraron ratas muertas en el tanque de agua del reactor.
Por más de dos lustros —es decir, bajo los gobiernos de George Bush, Bill Clinton y George W. Bush— el uranio enriquecido permaneció en un país en guerra, cuya minoría fundamentalista albanesa tiene vínculos con la red terrorista Al Qaida de Osama bin Laden. Fue algo así como dejar varias cajas de cartuchos de dinamita junto a un derrame de gasolina, con varias antorchas encendidas en el medio, y esperar simplemente a que el viento apagara las llamas, el combustible se evaporara o un aguacero providencial inutilizara los cartuchos.
Casi once años sin llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para retirar al menos los explosivos, para continuar con la alegoría. Existen informes de inteligencia de que, durante el régimen de Slobodan Milosevic, hubo intentos por parte de Sadam Husein y Bin Laden de obtener el material. Si hubiera sido comprado o robado por los terroristas, habría resultado fácil elaborar con él dos o tres bombas similares a las arrojadas en Hiroshima. Ahora los rusos lo convertirán en uranio apto para uso comercial.
El llamado "Proyecto Vinca" fue concebido mucho antes del derribo de las torres gemelas de Nueva York. Pero incluso después de los atentados terroristas, los trámites burocráticos demoraron la misión por casi un año. Es una historia con un final feliz, pero también sirve para ilustrar los peligros y las dificultades, tras los intentos de colocar en un lugar seguro los elementos necesarios en la fabricación de bombas nucleares.
Con anterioridad, Rusia había estado renuente a reconocer su responsabilidad en los materiales nucleares distribuidos durante la era soviética. En 1994, Estados Unidos tuvo que llevar a cabo una operación similar en Kazajstán, pero en esa ocasión sin la colaboración rusa. Fueron los ingleses y los norteamericanos los que en 1998 lograron trasladar materiales de ese tipo de la antigua República Soviética de Georgia a Gran Bretaña. Hay que reconocer que en la actualidad las buenas relaciones entre los presidentes Bush y Vladimir Putin han permitido un notable avance en la colaboración para llevar a cabo estas misiones. Pero ello no basta para enfrentar los casos disímiles, presentes en diversos países.
No es una historia sólo de naciones y gobernantes. El Proyecto Vinca también indica los vínculos complejos entre los gobiernos y las empresas privadas en el mundo actual. En 1993, Estados Unidos estuvo de acuerdo en adquirir, para su uso pacífico, la mayor parte del uranio procedente de los misiles soviéticos desmantelados. Sin embargo, ahora quien se encarga de comprar el uranio —transformado en Rusia para su uso comercial— es la USEC, Inc., una empresa privada con acciones públicas en la bolsa de valores neoyorquina.
La USEC fue en una época una corporación propiedad del gobierno norteamericano —similar a la ferrocarrilera Amtrak— y su labor fundamental era el procesamiento de uranio para las plantas energéticas del país. En 1998, la corporación fue vendida por el gobierno federal a un grupo de inversionistas, que pagaron $1.900 millones y heredaron así la ejecución del convenio ruso-norteamericano. De esta forma, la puesta en práctica de un acuerdo estratégico por 20 años —denominado "De megatones a megavatios"— pasó a depender de los afanes lucrativos de un consorcio empresarial.
Los planes de privatización se iniciaron bajo el gobierno de Bush padre y fueron completados por Clinton. Desde entonces existen interrogantes sobre esa decisión del gobierno norteamericano, de otorgarle una función propia de la seguridad nacional a la industria privada.
A partir de 1998, el interés de sacarle ganancias al acuerdo con Rusia y la necesidad de Estados Unidos de reducir la amenaza nuclear no han coincidido siempre. Como cualquier empresa, cuyas acciones se cotizan en el mercado bursátil, la USEC, Inc. ha hecho lo posible por reducir costos y salir adelante, en un país donde no se construye una planta eléctrica que emplee energía atómica desde hace más de dos décadas. Durante ese tiempo ha tenido que hacer frente, además, a la competencia extranjera, representada por varias firmas internacionales que cuentan con subsidios de sus gobiernos respectivos.
Bajo esas circunstancias, la USEC, Inc. se ha visto obligada a negociar con Rusia el precio del combustible atómico, no en base a las necesidades políticas y estrategias, sino de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda. Cabe preguntarse si la privatización fue correcta. Esta inquietud no sólo ha sido expresada por políticos que podían catalogarse de "liberales", sino también por miembros de la actual administración norteamericana, abanderada del neoliberalismo. Por ejemplo, Richard Falkenrath, un prominente funcionario del Consejo de Seguridad Nacional, considera que la privatización de la USEC fue un "terrible error".
Como ocurre generalmente en firmas de este tipo, los vínculos entre empresa y gobierno terminan en muchos casos reducidos a una misma persona con dos trajes distintos, o en dos momentos diferentes, pero no excluyentes de su carrera. Ernest J. Moniz —subsecretario de Energía durante el gobierno de Clinton— es ahora miembro del consejo de USEC Inc. y James Schlesinger —secretario de Energía durante la administración de Jimmy Carter— labora en éste como asesor estratégico.
A veces, ni siquiera se cambia el traje o se espera el momento del retiro gubernamental, y se cae en el conflicto de intereses —o en el soborno vulgar, de forma evidente o encubierta— que pone en peligro no sólo la integridad corporativa, sino la mejor adecuación del convenio, de acuerdo con las prioridades de las naciones firmantes. Por ejemplo, hace casi tres años, la USEC, Inc. adquirió una empresa de Pennsylvania. Luego trascendió que uno de los dueños de la compañía comprada era Yevgeny O. Adamov, entonces ministro de Energía Atómica de Rusia (Adamov se vio obligado a renunciar a su cargo político en Rusia hace unos dos años, bajo acusaciones de corrupción. Los ejecutivos de USEC, Inc. alegan que desconocían que éste fuera uno de los propietarios de la empresa de Pennsylvania).
Si la privatización de USEC muestra una cara de la intromisión de la industria privada en los asuntos de Estado, en el Proyecto Vinca también está presente otra faceta del capital privado: la ayuda desinteresada a un plan gubernamental. Frente a la obtención de ganancias, el objetivo público.
En el caso del Proyecto Vinca, los serbios estaban de acuerdo en entregar el uranio, pero exigían a cambio que Estados Unidos se encargara de la labor de limpieza, a fin de borrar cualquier rastro de radioactividad. Sin embargo, el congreso norteamericano tiene estrictamente prohibido utilizar los fondos asignados a la eliminación de materiales necesarios en la fabricación de bombas nucleares en labores exclusivamente de "protección ambiental". Fue necesaria la participación de un grupo no lucrativo, la Iniciativa contra la Amenaza Nuclear (NTI), dirigida por Ted Turner y el ex senador Sam Nunn. La NTI donó cinco millones de dólares para las labores de limpieza, e hizo posible la salida del uranio para Rusia.
Hay, sin embargo, un elemento común que une a ambos tipos de participación privada —la lucrativa y la no lucrativa— en las funciones propias de un gobierno: la dependencia al capital privado, que desvirtúa una labor que el Estado y sólo el Estado debe llevar a cabo. Depender de la generosidad de los magnates para evitar un peligro nuclear es un acto suicida.
Más allá de una colaboración entre el sector público y el privado —con sus aspectos favorables y desfavorables— hay otra cuestión de singular importancia puesta de manifiesto por el Proyecto Vinca: las limitaciones que enfrenta la actual administración norteamericana. El establecimiento de un amplio sistema de cooperación internacional que facilite y agilice el colocar en un lugar seguro materiales tan peligrosos.
Estas limitaciones le son impuestas, en parte, por la legislación existente al respecto, pero también responde a la ideología de varios miembros prominentes de la actual administración. Las leyes vigentes hacen extremadamente difícil que Washington pueda expandir algunos de sus sistemas más efectivos de retirada de materiales nucleares, más allá de los territorios que conformaron la desaparecida Unión Soviética.
Una ley norteamericana, aprobada en 1991 —a iniciativa de Nunn, entonces senador demócrata por el estado de Georgia, y de Richard Lugar, senador republicano por Indiana— permite el financiamiento necesario para almacenar y destruir las armas nucleares desactivadas en Rusia y tres ex repúblicas soviéticas. Esta legislación debe ampliarse.
En diciembre de 2001, el ex senador Nunn y el senador Lugar acudieron a la Casa Blanca, con la idea de extender el programa, a la luz de la amenaza representada por Al Qaida. Se reunieron con Rice, la asesora de Seguridad Nacional, y hablaron con el vicepresidente Dick Cheney. En un primer momento la administración se mostró interesada en la idea, pero en una versión más limitada. Las buenas intenciones no bastaron. En la primavera de 2002 fueron suspendidos los fondos para el programa Nunn-Lugar. Hace alrededor de un año, el Senado aprobó otorgar una mayor flexibilidad al Departamento de Defensa para emplear los fondos destinados a la seguridad nuclear donde se considere necesario. Pero la Cámara de Representantes —dominada por los republicanos, que se guían por su clásico prejuicio contra la ayuda exterior— se opuso a la utilización amplia de dichos fondos.
A su vez, el Proyecto Vinca es un ejemplo de una vía amenazada de no tener continuación, o de un logro cuyo éxito no le garantiza que se extienda a otros casos. Pese a que varios funcionarios gubernamentales norteamericanos saludaron la operación como un importante paso de avance, existe la oposición por parte del ala más extremista y militante de la administración Bush —los llamados "halcones", de los cuales forman parte Rice, Cheney, el ministro de Defensa Donald Rumsfeld y otros— hacia cualquier plan que fundamente su ejecución en la cooperación internacional.
Lo acaban de demostrar en la guerra contra Irak. Según ellos, Estados Unidos tiene que ejercer su papel hegemónico, sin depender en última instancia de la participación del resto del mundo. Cualquier acción que se lleve a cabo —ya sea la lucha contra el terrorismo u otro conflicto futuro contra cualquier país considerado una amenaza para la seguridad nacional norteamericana— debe realizarse sin las ataduras que representan los pactos internacionales. El apoyo mundial se concibe como subordinación, no como participación decisiva.
Tal enfoque representa el peligro de una vuelta a un aislacionismo norteamericano que no tiene cabida en el mundo actual, pese a la superioridad en armamentos que posee este país. El Proyecto Vinca —un episodio completamente olvidado en la actualidad— es una prueba de la posibilidad de seguir con éxito un camino contrario. Una señal que debe contribuir a abrir los ojos y abandonar una política errónea. Un ejemplo para contrarrestar una actuación empecinada, que puede tener consecuencias devastadoras, tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo. Un hecho útil para oponerse al afán equivocado de abarcar todos los peligros de forma unilateral. Un resultado real que se contrapone a una terquedad aislacionista y prepotente, que tendrá repercusiones negativas en un mundo donde ya se ha demostrado que no necesariamente un país poderoso, sino una red terrorista y un grupo de desalmados, puede infringir un daño enorme.
La amenaza de despertar un día con la visión aterradora de un hongo nuclear debe estar por encima de las diferencias ideológicas y de enfoque. Ahí está el Proyecto Vinca para demostrarlo. No comprenderlo así puede resultar catastrófico en el futuro.
(c) 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana